muchas cosas me gustan de la ciudad de méxico. una de ellas son esas semanas entre febrero, marzo y abril en que florecen las jacarandas. supongo que las jacarandas son bonitas donde sean, pero verlas florecer en medio de dos bloques de edificios, junto a un eje vial o en un estrecho camellón tiene algo de generosa necedad.
comienza a hacer calor y brota en lenta pirotecnia la carnosidad violácea de las jacarandas,
pero eso no es todo.
cuando las flores finalmente ceden y caen al suelo, los transeúntes de esta ciudad caminamos sobre ellas, las pisoteamos, como afirmando la inevitabilidad de su descomposición. no obstante, las jacarandas nos dan un último regalo: al ser pisoteadas las flores despiden un olor no tan bello como misterioso. ese olor, diría yo, posee la siguiente composición:
35% el olor dulce de todas la flores
35% cierto grado ya de marchitamiento
25% cierta fermentación causada por el sol
5% el olor, casi siempre desapercibido, de nuestro paso sutilmente catastrófico por el mundo.
3 comentarios:
buenísimo! me encantan las jacarandas! en casa de mi papás hay una que se resiste a morir...
Son como unas renegadas, cuanto mas insiste la ciudad en el concreto las jacarandas atacan con su explosión de flores para recordarnos que esto es una selva y les pertenece
¡Realmente hermoso!
este post repite uno previo, o no?
te mando besos desde berlín
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